Lo impronunciable


Soy la noche.
Soy el rey cuervo.

*

¿A dónde te diriges con tanta prisa?
A donde nadie pueda encontrarme.
¿De quien huyes?
Del Destino.
¡Valla osadía! ¿Acaso puede uno escapar del destino? ¿Qué te mueve, mísero rey, a renegar de tu futuro?
Un niño. Le he quitado al Destino el hijo suyo y mío. Duerme dulcemente en este huevo y sueña que no hay peligro. Sueña que es y que será. Sueña con su nacimiento.
Eres valiente. Nadie enfrenta al Destino.
Soy el primero.
El primero aun vivo.
"Gira la rueca..."
Conozco el canto.

"Gira la rueca del incierto destino
escondida en la sombra en un templo perdido.
Hila los hilos que son sus cabellos
decide la fortuna de muertos y vivos.

Gira veloz la rueca de ébano
trazando senderos, torciendo caminos
observa el destino con sus tres ojos ciegos
el trabajo perfecto de sus secretos designios.

Hilan y cortan y enlazan y miden
los seis brazos blancos bajo un frío silencio
los hilos infinitos que son sus cabellos
en una danza eterna en un templo sin tiempo".

... en una danza eterna en un templo sin tiempo."
¿Por qué le has quitado el niño que será? ¿Qué te mueve a enfrentar al cielo?

El amor me mueve y me mueve la pena. He visto al Destino y he visto a sus hijos. He sido su amante durante siglos enteros. He visto a los niños volverse perversos, crecer malditos. Uno yace muerto, el otro es la Furia. No conozco al tercero. Los tres me buscan por orden de su madre. Vago errante con el cuarto heredero. ¿No es acaso un buen motivo? ¿Cuidar al niño que será, a mi futuro hijo? ¿No es un noble deseo?
Su madre el Destino pudrirá el huevo; pues maldita sea entonces en el vasto universo.

Es por eso que la enfrento.

Tu valentía traerá tu infierno.
¿Por qué te presentas ante mí?
Soy el mal presagio. ¿Qué haces en la tierra, si tu morada es el cielo?
Lo he abandonado todo, pues todos me han abandonado. La luna hechizada me ha negado su claro y las estrellas todas duermen oscuras. No hubo luz que guiara mis pasos. Me encontré solo en el inmenso cielo. Nada me retuvo, entonces huí.
Descendí.
¡Pero es tan grande el desierto...! ¿Dónde esconderé a mi niño? ¡Te pido asilo gran Rey! ¡Resguarda mi alma en tu plumaje negro!
Lo lamento. No hay secretos en mi desierto.
¡Ay de mí...! Ellos me persiguen. ¿En dónde se encuentran? ¿Puedes verlos?
Puedo.
Corre la furia perdida entre las dunas. Sus pasos levantan tormentas. Sus ojos despiden fuego. ¡Es terrible su ira...!
Pero aun se encuentra lejos.
¿Y los otros?
Vuela uno veloz.
¿Quién es?
El hijo muerto. Llora a su paso la arena del desierto. Gimen las piedras y enloquecen mis cuervos. Es la Muerte. 
Pero aun se encuentra lejos.
¿Qué hay del tercero?
A él no lo encuentro.
¡Maldito es el vientre del infame Destino! Convierte a sus hijos en horribles bestias, pero no a éste. Nacerá libre y será bendito.
¿Cuándo nacerá?
Pronto, cuervo. Cuando se acabe la noche y se encienda el cielo
el huevo mi niño romperá.
¿Pero no destruirá la luz la sombra de tu cuerpo?
Así es. Estoy muriendo.
¿Vale el hijo que aun no es, la vida del gran rey nocturno? ¿Qué será el niño, que vale su padre muerto?
No lo sé.
¿Y aun así te sacrificas?
Quebrará los hilos de su destino y me devolverá al cielo. Quebraré los hilos para asegurar su vida, y luego él me traerá de entre los muertos.
Enfrentas al Destino y reniegas del cielo. Te rebelas ante el futuro por un sueño incierto. Que la fortuna se apiade y perdone tu atrevimiento.
Vago moribundo. ¡Imploro tu amparo!
No tengo el poder para cubrir tu destierro. Lo lamento, rey derrocado.
También lo lamento, rey sin cetro.

*

Soy la Noche.
Soy el Rey Cuervo.
¡No tengo nombre...!

*

¡¿Quién eres?!
¡Noche! ¡Por fin te encuentro!
¡Sal de las sombras y preséntate!
Lo que ves es mi cuerpo. Soy de niebla y de sombra, soy viento y reflejo. ¡Noche, por fin te encuentro...!
Soy el Rey Cuervo, y el desierto es mi reino. ¿Quién eres?
Mi nombre es impronunciable. Nadie me conoce y no tengo semejante. Soy etéreo. No tengo historia, no tengo peso y no ocupo espacio. Y sin embargo, soy. ¡Noche, por fin nos conocemos...!
¿Qué quieres de mí?
Quiero saber. ¿Qué llevas bajo tu manto negro?
Nada hay.
¿Qué escondes, rey sin reino?
Nada llevo. ¡Déjame pasar!
¡Dime primero!
¡Aléjate, sombra!
¿Qué llevas en tu vientre? ¿Qué escondes en pliegos?
Detente criatura. Te lo ordena el Rey Cuervo.
¿Ordenas, querido rey? ¿Bajo que poder exiges? ¿Debo reconocer a un rey sin espada y sin corona?
Eres maldito. No tienes forma ni vida, tampoco estás muerto. ¿Qué existe como tu sobre la tierra? ¿Qué repta como tu bajo el cielo?

Solo uno, yo mismo. No existe otro en todo el universo. ¡Noche, por fin te encuentro...!
¡Déjalo libre! Morirá si te interpones.
¡Déjame pasar!
¿Qué es lo que escondes...?
¡Nada oculto, alma maldita! ¿Cómo te atreves a enfrentar a la Noche? Tus sombras me pertenecen, y tu niebla y tu reflejo; pues en mi te engendraste. Y ahora te me interpones. ¡Doblégate y expira!
No pertenezco a tus manos, oscuro rey. Tampoco al desierto, tampoco a la noche. ¡A mis ojos son reyes muertos, son lamentos sus ordenes! ¡Muéstrame lo que llevas, muéstramelo rey, muéstramelo!

¡Oh! ¡Un huevo!

¡Aléjate de él, demonio!
El Destino busca un huevo de estos...
El Destino busca este único huevo. Pero enfrenté su ira y escapé de su seno. Me persiguen sus hijos, me desean ver muerto. Vago moribundo en el inmenso desierto. Pero escapé del Destino y escapé de sus hijos. Bajo miles de estrellas soy un paria maldito. Y todo por uno, que será.
¡Aléjate bestia! Pues no te temo.
¡Qué curioso! ¡Qué interesante! ¿Qué será el niño, que tanto vale?
¿Será rey? ¿Será sueño?
¿Será Dios? ¿Será padre?
Será mi hijo.
¡Pero qué interesante!
Deberías saber, rey moribundo, que el Destino es implacable. Allí donde escapas, ella aguarda paciente. Afila sus garras, relame sus dientes. Y tu corres, a sus fauces entregado.
¡Y sin saberlo!
Vale intentarlo. Déjame pasar. Pronto despuntará el día, y no seré más que sombra. Yo, el gran rey nocturno, caeré muerto. Morirá la noche, morirán los astros. ¡Pero nacerá mi hijo!
El destino es implacable.
No hay lugar para tí en el desierto. Ni en los mares, ni en el cielo.
La muerte has buscado.
¡Bienvenida sea! ¡Malditos ambos!
¡Qué curioso! ¡Qué interesante! ¿Qué te mueve rey decadente?
Eso mismo, ¿Qué te mueve rey desafiante?

Muéveme el amor y muéveme la pena. Muéveme el deseo de hacer feliz a alguien. Muéveme la salvación de este niño, muéveme su futuro.
Soy la noche, soy dios nocturno, soy imbatible silencio, soy oscuridad imperante. En mis manos juegan los astros, en mi vientre descansa la luna. Soy la Noche, soy Rey de los muertos. Soy manto del universo, de la creación misma nací. Antes que los cuervos,  antes que los mares, antes que los desiertos y los espíritus vagabundos. Yo estaba allí.
Y aun así me mueve mi niño. Me mueve el amor, aun sin conocerlo. Valen mis fauces y mis tronos en el cielo,
la dulce idea de que podrá ser feliz.
Pues es triste ser noche y es solitario el cielo. Todos descansan, todos se esconden. Todos silencian su voz ante mí.
¿Vale más salvar al mundo?
¿O vale poder ser feliz?
¿Vale el destino y el tiempo juntos?
¿O vale ver a mi niño reír?
¡Maldita la madre, malditos los hijos!
¡Maldito el Rey Cuervo y el ser Imrponunciable!
¡Maldita la noche, maldito yo mismo!
¡Malditos todos, menos el niño feliz!

Mi amor me mueve.

*

Soy el Rey Cuervo.
Soy lo Impronunciable.
¡Déjame pasar!
Ya es tarde.
¡Se acabó el tiempo rey negro! ¡Te alcanza el Destino, la muerte te invade! Amanece el desierto.
¡Ya es tarde! ¡Asesinos!
¡Un momento!
¡El huevo!
¡El niño!
¡Nace!

¡Soy el Sol!

¡Qué ironía! ¡El Sol matará a la Noche, el hijo matará a su padre! Mira al gran rey, mudo y absorto! El tercero hijo, el verdugo, ¡Es el niño que salvaste!
¡Soy el Sol! ¡Soy llama pura! Soy luz y fuego, soy la ira naciente. Soy ardiente deseo. Soy furia creciente. ¡Muerte al rey negro! ¡Que mi luz te desgarre! ¡Yo Sol, reclamo el cielo, para mí y para mi madre!

¡Deténgase el tiempo!

¡Conjúrote yo, el antiguo Rey Cuervo!
Muéveme a mi, el verte sufriente
al cumplirse el destino, del que ví escaparte
muéveme el amor, y también la pena
que a tu locura movió, no mucho antes.
¡Morirás! Mi sufriente querido
Serás de arena, y en el desierto, errante
Pero tu amor infinito guiará tu camino
y tomarás el cielo, y volverás a estar vivo
y serás rey, y serás mi amante.
Muéveme mi amor, al ver tu castigo
y detengo el tiempo, por un instante:
Te volverás arena, mi rey altivo
y sentiré tu amor, en todas partes.
Pero volverás, pues así yo dicto
en esta tierra, que es mi hogar:
No habrá dios, en tiempo y lugar
que rompa este juramento
pues el entero firmamento
tu sombra gobernará.
¡Muere ahora, Rey de la Noche!
Corra el tiempo otra vez, cumplase la profecía
cede ante el Sol y su terrible tiranía
descansa en mi desierto, hasta el nuevo despertar.

*

Soy el Rey Cuervo.
Soy lo Impronunciable.
Ruge el Sol en el cielo, madre.
Ruge pues así yo digo. Es mi carne.
No podrás romper mi hechizo.
¿Me traicionarás?
Salvaré a la Noche.
¿Desafiarás al Destino?
¿Lo volverás a matar?
¡Yo no! ¡Si tu lo has vencido! Has detenido su paso, has impedido el delirio, en tus hombros entonces, mi dulce presagio, deberás cargar
su muerte...
Pero yo estoy vivo.
Pues así lo quise.
¡Errada estás!
¡Madre! ¡Impronunciable Destino! ¡Muestra tu forma, tu rostro fatal!
Soy el Rey Cuervo, tu arrepentido hijo...
Bienvenida eres, en mi morada, el desierto.
Ante tí me presento,
y conforme al don
con que maldito nací:
Juro ante tí, ante el Sol y ante el cielo
que no es por azar, que aqui nos encontremos,
¿No es acaso este, el fin que decidí?
¡Sea así! ¡Quede sellado! Volverá la noche algún día a mi lado
buscando asilo en mi plumaje negro,
¡Encenderé el cielo y te buscarán tus hermanos!
¡Estúpido rey, que sueñas sin sueño!
Muéveme madre, el amor
¡Serás maldito!
a mi rey asesinado.
¡Mataré a mis hijos
Recuerda, Destino
si es necesario!
que también para tí
yo soy el mal presagio.




Levantamuros

Mateo conjuró aquel terrible hechizo el día que encontró su contestador colapsado, su correo repleto y su mente exhausta de mensajes de Abel. Esto, luego de toparse casualmente otras tantas veces en la calle y perderlo desesperadamente en la red de subterráneos. No habían pasado minutos desde que encontrara aquella invasión repentina de voces y letras en su habitación, cuando el timbre lo arrancó de esa pesadilla. Abrió la puerta. La portera aguardaba con gesto preocupado.

-Oiga, abajo hay un joven que lo busca. Ha estado yendo y viniendo toda la tarde. Baje y arregle sus asuntos, y recuérdele por favor los horarios de visita.-
-Le pido me disculpe, no volverá a pasar.-
-Eso espero. confío en su palabra.-

La mujer dio media vuelta y desapareció madera arriba. Mateo volvió a la voz, las letras, las cartas y los encuentros atropellados en su recuerdo. Suspiró. Pensó en arrojarle el teléfono desde la ventana, pero antes lograr cometer cualquier venganza, otra chicharra comenzó a sonar. Imaginó el dedo blanco del esfuerzo aplastando el botón del timbre y la corriente eléctrica recorrer el edificio hasta estrellarse contra sus nervios.
Salió furioso de la habitación. Resbaló escalones y salto otros tantos, deslizándose como un fantasma terrible.
Llegó a la puerta, jadeante.
Abel estaba a punto de tocar nuevamente el botón. Mateo apartó violentamente su mano.

-¿Otra vez?-
-Quería verte.-
-¿Otra vez?-
-Siempre tengo ganas de verte, a decir verdad.-
-¡Yo no! ¿No fui claro cuando te dije que ya no quiero verte nunca más?-
-Si.-
-¿No soy claro al decirte que ya no te quiero?-
-Si.-
-¿Que no quiero estar con vos?-
-Bueno…-
-¿Qué no quiero que me persigas?-
-Afirmativo.-
-Porque ya no te amo,
-Viéndolo así…
-y que lo nuestro terminó
-de manera tan drástica…
-para siempre?!
-podría decirse que te entiendo.

-¿Entenderme?-
-Lo que pasa es que yo aun te quiero tanto, pero tanto tanto Mateo, que si me dieras una oportunidad más, todo sería diferente, sabés?-

Mateo ardía en la hoguera de su enojo.

-¡No! ¡No quiero, me niego, me opongo, estoy absolutamente en contra!-

Abel lo miraba perdido. Sus ojos irradiaban una estupidez tan simple como inocente.

-Mateo, yo te quiero.-

Este último hizo silencio. La sangre se volcó en sus ojos, y un impulso infernal recorrió sus venas. Sintió la ira fluir por todo su cuerpo. Todo se detuvo.

“Abel, yo no te amo, y deseo con toda mi alma perderte para siempre, nunca más volverte a ver y olvidar todo de vos, deseo que desaparezcas para siempre de mi vida y que ni aun muertos nuestros recuerdos se reúnan. ¡Deseo que la ciudad se interponga entre nosotros, y aun el océano, el cielo, el universo mismo! ¡Te juro por mi vida que este es nuestro último encuentro!”

No se había apagado aun la voz tronante del hechicero enfurecido, cuando desde la esquina apareció una turba de turistas enloquecidos, persiguiendo con sus cámaras destellantes una paloma nocturna. Entre luces y murmullos Mateo vio por ultima vez a Abel, según su deseo, perderse para siempre.

~*~

El hechizo había sido increíblemente efectivo, y aunque Mateo nunca imaginó poseer tales poderes y menos aun comandarlos, intuyó que la ausencia de su perseguidor debía su origen a algún azaroso efecto de sus palabras sobre el destino; aunque aceptó igualmente la idea de que hubiese comprendido al fin sus sentimientos.
Pasó el tiempo y Abel lentamente fue desvaneciéndose. No quedo de él más que un opaco retrato perdido en la memoria de Mateo, lo que hizo que a un tiempo de aquel conjuro, no existiera en el corazón del hechicero con mayor intensidad que una sombra de mediodía.
Pero Abel era un chico insistente.

El primer día, aquel en que fuera arrastrado por una corriente turista de viento norte, el hechizado no imaginó la gravedad de su situación ni el peso de las últimas palabras que oyera de labios de Mateo, mucho menos de su destino para siempre condenado. Creyó simplemente en el infortunio del momento, y con un dejo de cansancio se dispuso a retomar la ofensiva. Regresó hasta el edificio del cual fuera arrebatado, pero la mágica declaración de odio había comenzado a operar eficazmente: A través del brazo justiciero de la anciana, Abel fue echado a escobazos, discretamente, para no despertar a los vecinos.
Pero si bien éste sentía el peso de su desgracia, no caía en cuenta de su situación, y acorde a tal bendita ignorancia aun le quedaban muchas ideas para alcanzar a su amor.
En principio continuó con el asedio a la fortaleza. En la mañana o en la noche, Abel se sentaba frente al hotel y vigilaba. Desistió de instalarse en la vereda propia del castillo encantado, pues el dragón cuidaba las puertas contra los intrusos. La anciana tejía sentada en la vereda, o leía el diario, o se cortaba las uñas de los pies, siempre con la escoba lista para batirse a duelo. Su mirada envenenada cruzaba veloz la calle, pero Abel se volvía todopoderoso en la distancia. Pasaba la tarde, y el centinela aguardaba.

Al tiempo Mateo ya era un fantasma. Cuando Abel comenzaba la vigilia en su torreón imaginario, el otro ya había salido. O quizás no había llegado. Pasaban lluvias y pasaban soles, la vieja entraba y salía, pasaban las horas y los días, pasaban los vecinos y los extraños, todos pasaban salvo Mateo. El hechizo, como dios omnipotente, orquestaba minuciosamente aquella esquina e incluso el barrio. Abel observaba sin saber que, detrás de aquel colectivo se escondía el fantasma, ajeno a la magia y al recuerdo. Para cuando el transporte retomaba su curso, Mateo ya estaba a la sombra de los paraguas o perdido en una nube de humo maldiciendo la revolución industrial, o quizás saltando, al resguardo de los árboles y las personas.
Y a los ojos del enamorado, nada había ocurrido.

Pero Abel era un joven verdaderamente insistente.
Creía que la perseverancia guiaría a su amado por el camino de la comprensión, iluminaría la verdad de sus sentimientos y por fin se rendiría a sus brazos.
Aunque el tiempo pasaba y con increíble dolor, también el rostro del eterno querido se borraba de su mente. Antes del hechizo, contaba al menos con la gracia de contemplarlo cuando lo perseguía o cuando Mateo lo abandonaba, pero ahora solo era un sueño, perdido para siempre en la condena del hechizo. No obstante, sabía que el otro seguía allí, del otro lado de la magia, porque aunque ya no pudiera verlo, todo aquello que lo rodeaba seguía en su lugar. Seguía su nombre en la correspondencia del hotel. Seguían las luces de la habitación las vísperas de exámenes, con una difusa sombra inquieta frente al saber. Todo permanecía allí, junto a Mateo, incluso él.

~*~

Abel lloró por primera vez la noche en la que vio entrar a ese otro al hotel y encenderse la luz de la habitación. Se imaginó recorriendo a escondidas las crujientes escaleras hasta alcanzar la deseada fortaleza en donde el príncipe cautivo lo esperaba.
Solo una luz, en medio de aquel edificio. Lloró en silencio, o quizás a los gritos, lo cual no tenía importancia, ya que una fuerza implacable frente a él se devoraba su dolor. Nada llegaría a Mateo.
Solo había una luz, que hacía más evidente la oscuridad.

Pasaron los años.
Abel ya solo lloraba de tanto en tanto, cuando el recuerdo de su amado lo encontraba solo e indefenso en su silencio, por ejemplo, antes de dormir. Pero acorde a su insistencia, nunca había dejado de luchar contra su adversa fortuna. Atacó el castillo, luchó contra el dragón, izó bandera y huyó a los bosques. Corrió colectivos, visitó facultades, recorrió plazas. Así y todo, sus esfuerzos habían sido abatidos en todas las ocasiones: la maldición parecía ser igual de insistente, habiendo frustrado el encuentro en la estación de tren, cuando Mateo regresaba de visitar a su familia; logró esconderlo en el club, entre aparatos, y en el restaurante, con un apagón de luz.
Algunas veces Abel pudo percibir la presencia de Mateo, oír lejanamente su voz y hasta ver borrosa su figura, pero mientras más cerca estaba de su amado, más enérgicamente movía el conjuro sus engranajes furiosos, hasta ordenar al mundo según los olvidados deseos del hechicero.
Pasaron los años, y de la historia solo parecía perdurar el hechizo.

Pero Abel era definitivamente un hombre insistente, aunque más le hubiera valido no serlo tanto.

Había pasado una vida, y tanto uno como otro no eran más que penumbras de sí mismos. Abel había decidido no morir sin antes vencer al hechizo, torcer su destino y finalmente ver a Mateo. Partió una mañana dudando su regreso, pues sabía que alguien iba a encontrar su fin aquel día; hombre o conjuro.
A cada paso podía sentir el aire enrarecerse. La ciudad y el mundo se preparaban para detenerlo. El maleficio, impasible, comenzaba a actuar. Abel caminó firme soportando los mágicos castigos, pero las tormentas repentinas, los accidentes y las desgracias imposibles no lo detuvieron. Sufrió atropellos y golpizas, atravesó incendios y derrumbes, escapó de policías, de ladrones y de civiles, y ninguno pudo detenerlo. A cado paso podía sentir en el aire un fuego y un chirrido, un enojo sin nombre que lo perseguía desesperado.
Ambos duelistas habían luchado ferozmente por horas. Abel pudo ver como el hechizo se deshacía en palabras indefensas, así como también él se deshacía pese a sus últimos esfuerzos.
Por fin encontró a Mateo.
Estaba a punto de morir, pero había ganado. Con sus últimas fuerzas, pronunció su nombre, y esperó.

Lo único que Mateo pudo ver previo a morir fue a un extraño agónico frente a él. Pero antes de que pudiera apenas tratar de recordar quien era aquel hombre, una ráfaga de metal lo embistió, sin darle tiempo siquiera a comprender su propia muerte.
El hechizo había ganado, pese a Abel e incluso pese a Mateo.
Antes de caer, el moribundo sintió la fuerza terrible del conjuro desvanecerse satisfecha, y comprendió el verdadero significado de aquella maldición: Más le habría valido a él no ser tan insistente, y a Mateo tan descuidado, como para jurar por su vida.

Los granos de arena

Me preguntás por qué, a pesar de todos estos años, cuando ya somos otros, tan distintos.
Es por el recuerdo.
La débil sensación de haber tenido alguna vez un castillo, la fortaleza de un recuerdo, que se ha desvanecido en el tiempo, en el mundo.
Por eso llevo cada grano de arena, de un desierto a otro.
Cada grano que es cada segundo.
Para ver de vuelta aquel sitio, para traer de vuelta un momento.
Para volver a encontrarnos, apenas un instante
y volver a despedirnos.

Poema para saltearse Julio

Corren los días, desbocados, ciegos. Llegaran a su meta y morirán estrellandose en Julio.
En tanto este septimo se encuentra aun en el horizonte, no más que un punto, imagino posibilidades para esquivar sus 31 días. Todos ellos, con sus cumpleaños, con sus patrias muertas.
Con sus agonías.
Saltar sus cabezas de hora cero y fuera de un tiempo llegar a Agosto, el reino de Leo, dejando los días devenidos en sal.
Sin recordar ya ni fechas ni horas. Olvidando el porqué de estos atajos a los que regalé tantas semanas. Llegando al octavo sano y salvo.
Imagino como saltear el mes de Julio para no encontrar en sus caminos de horas muertas y minutos pálidos los dolientes números de fantasmas idos. Son las fechas casilleros fríos y en ciertas esquinas se llora un turno, o se vuelve al principio.
No hay dados para esta agonía de verse perder las noches y los sueños y las sonrisas en recuerdos de vueltas pasadas, en deseos perdidos en el viento de este julio traidor, este mes que debiera ser el más feliz y es lo inverso, lo contrario, a causa de la ausencia de ese otro jugador. De uno, de dos, de tres, fichas rojas, verdes, amarillas, acaso ahora en otro juego, un tablero lejano, donde otros juegan mis partidas.
Imagino como esquivar los días de este juego en donde pierdo una vida en ciertos casilleros y vuelvo a empezar, un azul eterno en un mes no deseado, vacío de afectos y de amigos y de recuerdos. Llegará el 26 como un comodín sin gracia, y al mirar el tablero a vuelo de pajaro veré que no hay fichas ni rojas o amarillas, entonces el juego no tiene salida, o no tiene sentido, o no tiene gracia.
Julio debería ser un mes de alegría. Con los cumpleaños de amigos, con las fechas patrias. Con el frío, y el calor, y las sonrisas y el cariño.
Pero no este silencio universal en todos sus días. Julio debería ser vida.
Un tablero lleno de colores. Un juego de amor y de amistad, de recuerdos e ilusiones.
De todas esas cosas tontas, a fin de cuentas.
Julio debiera contener días llenos de simpleza.
Debiera ser aquello que no será, al menos por respeto.
Y si sus días no pueden traer lo perdido mejor sería que no vinieran.

La casa encantada

De la casa, lo último que oí fueron los nombres que los niños del barrio colgaron de su historia. Aunque nunca volví a aquel lugar, cierta nostalgia por sus puertas y ventanas, las paredes y el crujir de sus huesos de madera hizo que a un tiempo de mi partida aun tuviera interés en algún lejano comentario que llegaba con el viento. Saber que mi antigua casa era ahora para todos ellos una casa encantada me producía una alegría distante, una diversión risueña.
Nadie más que los niños del barrio podrían haber descubierto los hechizos de la casa. Pero para su desilución, la magia encerrada allí no era lo suficientemente fantástica como para hacerla su castillo favorito y regalarle las horas de su juego, por lo que con el tiempo se alejaron de ella junto a los rumores y solo perduró la vaga idea del encantamiento, flotando etérea entre el aire y el olvido.
No era así con los adultos, que encontraban sumamente interesante aquel lugar. Pensamientos ligeros corrían en sus cabezas sobre precios, espacios, tamaños, cuotas; ampliaciones de dormitorios y el costo de pintar el frente, en caso de que algún día pudieran comprarla. Ellos nunca podrían haber descubierto sus secretos, tan inmersos en el vacío.
Era una linda casa.

~*~

La primera vez que decidí realizar el hechizo fue la tarde de nuestro primer beso. Aunque no era la primera vez que lo realizaba, no pude recordar sino hasta cierto tiempo después que desde pequeño había tenido la rara costumbre de aplicar aquel conjuro en las más diversas ocasiones. Pero aquel día en que, buscando el momento exacto para besarte, me di cuenta que aquel instante era el primer instante de nuestro boceto de historia, fue cuando decidí de manera conciente realizar el hechizo y encantar el momento.

Guardé aquella noche en la canción que acompañó nuestras primeras caricias, y comprendí luego que en aquel momento debería haber elegido mejor las canciones. Aquel primer hechizo había sido terrible. Marcó el sueño de amor que comenzabamos a idear con las trágicas palabras de la canción: Todo fue cuestión de deseos y confianzas fallidas.

Con el correr del tiempo aprendí a conjurar de manera más eficiente aquellos hechizos. Elegía cuidadosamente las palabras y buscaba incansablemente los lugares, pues no se puede hacer magia con cualquier cosa.
Escondí en un edificio una cena y mi ebria declaración de amor. Luego agregué al hechizo ciertas respuestas negativas.
El día que viajamos en tren dejé como en un cuento infantil migajas de recuerdos en cada paso de aquella ciudad que visitamos, y al volvernos hechicé toda la estación. Finalmente volvimos a la casa y yo estaba algo exhausto de tanta magia.
Escondí en un semáforo un beso sorpresivo, y en una esquina de tu barrio todos los recuerdos de otra tarde juntos.
Creo que nunca notaste esta compulsión mía de guardar secretos en los más extraños lugares. Quizás hayas sospechado alguna vez, y yo tampoco te expliqué nunca como convertirte en mago, por lo que ahora todo se ha perdido, quizás vos también eras mago y nunca nos enteramos, y hayas hechizado cientos de cosas e incluso el mismo semáforo y hasta la estación de tren. No lo sé.

El día en que nos despedimos aprendí que no era bueno hechizar edificios. Por eso preferí no encantar la casa con un momento tan triste, y el llanto y el adiós y las miradas que no se quieren alejar quedaron dentro mío y con el tiempo se fueron desdibujando, como nuestro amor.
No pude volver a aquella estación porque el hechizo aun permanecía en el tren y en las vías y en todo aquel lugar; el semáforo aun revivía el beso con el que me sorprendiste y desde ese momento dejé de hechizar lugares, pues uno no puede guardar edificios en un cajón ni quitarlos de la vista sin cierta dificultad.

Pasaron los años y comencé a perfeccionar mi magia. Guardaba días enteros en un jarrón, recetas en una puerta y números de teléfono en las hojas de las plantas. Había aprendido los secretos de los recuerdos: No era bueno guardar dos recuerdos en un mismo objeto, ya que al momento de buscarlos uno podía no encontrar el que necesitaba sino el otro, y en vez de llegar a la casa del amigo nos encontrabamos en la puerta de un negocio de lámparas antiguas por haber errado la dirección.
Por otro lado, había elementos muy útiles para conjurar recuerdos: Guardé los cumpleaños de mis amigos en los dientes de un tenedor, y algunos aniversarios en los cuchillos. Todos los días antes de almorzar recuperaba los hechizos y si era una de las fechas los llamaba para saludarlos.
Así, conforme fui envejeciendo la casa fue llenándose de memorias. No podía dar un paso que de entre los muebles florecían los recuerdos. Aun siendo ordenado y meticuloso, el desorden histórico que se extendía sobre los objetos me abrumaba día tras día. Las patas de las sillas, mis pares de zapatos, las llaves y las copas, las corbatas y las ventanas, todo había sido hechizado. Ya en los últimos tiempos prefería comer afuera y dedicar la mayor parte del tiempo a pasear, ir al cine o visitar a los amigos; es decir, alejarme de la casa.
Comprendí que la situación se había desbordado el día que encontré guardados unos recuerdos en los tornillos de una radio de mano que solía llevar cuando iba a la plaza y que ya no funcionaba.
Aquel día junté cuidadosamente los recuerdos de aquel tiempo que pasamos juntos y los guardé en el disco que tanto te gustaba. Guardé el disco en un sobre y al sobre lo guardé en un cajón. Por último sellé el cajón con tu nombre, y al momento ya no supe quien era Alejandro ni porqué estaba frente allí.
Me abrí paso entre la maleza de anécdotas e imágenes que construían la casa de mi memoria y salí de la habitación. Había decidido irme. Compré unas valijas nuevas y algo de ropa a prueba de hechizos. Volví a la casa, Cerré las ventanas, ordené las habitaciones, y una vez que todo estuvo como al principio, tomé las valijas y salí. Hechicé la puerta de entrada con mi nombre y apellido, y por fin la casa se convirtió en mi mismo y yo me volví nada.

~*~

Pasaron años desde aquel día y lo único que supe luego de mi partida es que los niños del barrio habían descubierto los hechizos que reposaban en la casa, pero no entendí mucho de todos los rumores que llegaban con el viento; toda esa gente, todos esos lugares, me eran ajenos. No supe quien era Alejandro, ni cuales eran tales canciones. Solo había quedado la vaga imagen de una casa lejana, y la sensación de que quizás yo la había habitado.
Ahora vivo más tranquilo, pero por desgracia no perdí la costumbre de hechizar los recuerdos y la casa aun habita como un fantasma mis sentimientos.
No seré pues totalmente libre hasta no quitarme del alma la casa que una vez habité.
Por eso en estas últimas palabras guardaré a la casa junto al recuerdo de que alguna vez fui mago, y apenas mi voz se apague ya nunca más podré recuperarlas, y no habrá nada más de mí.

La vida es un cuento

La vida es un cuento. Es una gran historia llena de intrigas y pormenores, con personajes torcidos y bufones extraños. La vida es mágica, irreal y sensible; es una fábula llena de voces, en los árboles, en el cielo; en las aves y los animales. Todo canta y entonces es sinfonía, son nuestros cuerpos instrumentos, nuestras voces melodía, todo canta y vive, la vida es un cuento eterno.
Es mágica en el viento, todo vive y nos habla de si mismos, escribimos nuestros caminos con perfumes en papeles de aromas sobre brisas, es esta vida caligrafía, es pintura y es soneto.
No hay casualidad mas real que la causalidad que obra nuestros encuentros, es verdad y es mentira a la vez, todo está escrito, pero nada es. Es tiempo sin ritmo, con sus infartos y taquicardias; es un tiempo sin relojes, es de lunas y de soles y de inviernos y primaveras, de días, noches, de alegrías y penas.
Que nadie niegue que la vida es esto; no más que novela. Sin personajes principales, todos secundarios corriendo y dando vueltas. Cruzando puertas entre laberintos, sembrando flores entre las piedras. Es esto vida y no lo que algunos dicen, es oir mensajes en noches serenas; es guardar oceanos en caracoles vivos, cantar con los lirios, bailar con las estrellas.
Es esperar tu llegada en cualquier esquina
esperando en mil esquinas
por miedo a no encontrarte; es subir a los cielos y perderse, y caer como cae la tarde.
La vida es eso, es pura armonía con los rojos, los azules y los verdes, es sentir amarillos naranjas y blancos en el corazón mismo con el que uno viene.
Consiste simplemente en ver las cosas siempre vivas y siempre mágicas; pues todo habla y su voz se oye, como viento y aire, como mar y agua. Todo es mágico, nada es intrascendente, el amor, las vueltas, el azar,
el destino somnoliento que corre buscando un camino y las esquinas y las noches y el cielo y más,
La vida es un cuento. Somos héroes infantiles. Reyes de otros planetas, un poco malos pero un poco buenos; somos personajes secundarios, siempre prontos a olvidar libretos.
La vida es un cuento sin las primeras páginas, amarillo y con olor a viejo, pero siempre vivas sus hojas, siempre eterno su aliento.
Es magia y es vida.
Es fuego sereno.
No es vida creer
que la vida no es cuento.




(Esto lo escribí luego de leer un texto de Cortázar. La vida es realismo mágico.)

Cuerpo

Mi cuerpo.
Mis brazos, mis piernas, mis ojos y mi lengua. Nariz, orejas, manos y pies. Deseosos de vibrar, sentir su fuerza arremeter,
al viento.
La graciosa energía que mueve mis miembros como si fuera ola mi cuerpo, como si de agua fuera mi piel y de cielo mis deseos.
Natural y salvaje, naturalmente indomesticable.
Respira el cuerpo en su piel y en su tiempo. Suda y ríe con el calor del deseo, es su sonrisa lujuria y es su lujuria exceso.
Vibra el cuerpo al compás del universo. Somos cuerdas afinadas al unísono, somos sintonía y perfecto anhelo.
Entonces
¿Qué es este cuerpo en el que no me veo?
¿Qué son estas piernas y brazos, qué son tantos pliegos?
¿Cómo surge este rechazo de mi mismo contra mí entero, de donde viene este exilio, por qué soy mi propio anti cuerpo?
Vibro a destiempo.
Algunos tañen mis cuerdas.
Algunos me desafinan.
Algunos interpretan melodías.
Otros escriben deseos.
¿Qué soy qué no me hallo aquí en donde estoy
con tanto de mí en mi propio cuerpo?
¿Qué son estas formas fuera de mi imagen y mi sueño? Son reales.
Pero acaso yo no las quiero.
Quiero moldearme como la arcilla bajo la lluvia
con manos de alfarero
construir(me) a mi antojo
ser mi padre y mi madre, ser mi hijo y ser
yo.
Seré yo algún día,
no más que yo, pero no menos.
Seré simplemente por ser
por desear
por explotar
de embriagante fuerza
y de incontenible exceso.
¡Seré yo pero sere tan yo...!
¡Tan mío, tan cierto... !
Seré tan pero tan...
que ya no seré
más que algo nuevo.

¿Qué hago mientras, aquí encerrado
detrás de una infinita pared
de sangre y de hueso?
¿Detrás de que costillas enrejadas
estoy yo?

Dónde?