La casa encantada

De la casa, lo último que oí fueron los nombres que los niños del barrio colgaron de su historia. Aunque nunca volví a aquel lugar, cierta nostalgia por sus puertas y ventanas, las paredes y el crujir de sus huesos de madera hizo que a un tiempo de mi partida aun tuviera interés en algún lejano comentario que llegaba con el viento. Saber que mi antigua casa era ahora para todos ellos una casa encantada me producía una alegría distante, una diversión risueña.
Nadie más que los niños del barrio podrían haber descubierto los hechizos de la casa. Pero para su desilución, la magia encerrada allí no era lo suficientemente fantástica como para hacerla su castillo favorito y regalarle las horas de su juego, por lo que con el tiempo se alejaron de ella junto a los rumores y solo perduró la vaga idea del encantamiento, flotando etérea entre el aire y el olvido.
No era así con los adultos, que encontraban sumamente interesante aquel lugar. Pensamientos ligeros corrían en sus cabezas sobre precios, espacios, tamaños, cuotas; ampliaciones de dormitorios y el costo de pintar el frente, en caso de que algún día pudieran comprarla. Ellos nunca podrían haber descubierto sus secretos, tan inmersos en el vacío.
Era una linda casa.

~*~

La primera vez que decidí realizar el hechizo fue la tarde de nuestro primer beso. Aunque no era la primera vez que lo realizaba, no pude recordar sino hasta cierto tiempo después que desde pequeño había tenido la rara costumbre de aplicar aquel conjuro en las más diversas ocasiones. Pero aquel día en que, buscando el momento exacto para besarte, me di cuenta que aquel instante era el primer instante de nuestro boceto de historia, fue cuando decidí de manera conciente realizar el hechizo y encantar el momento.

Guardé aquella noche en la canción que acompañó nuestras primeras caricias, y comprendí luego que en aquel momento debería haber elegido mejor las canciones. Aquel primer hechizo había sido terrible. Marcó el sueño de amor que comenzabamos a idear con las trágicas palabras de la canción: Todo fue cuestión de deseos y confianzas fallidas.

Con el correr del tiempo aprendí a conjurar de manera más eficiente aquellos hechizos. Elegía cuidadosamente las palabras y buscaba incansablemente los lugares, pues no se puede hacer magia con cualquier cosa.
Escondí en un edificio una cena y mi ebria declaración de amor. Luego agregué al hechizo ciertas respuestas negativas.
El día que viajamos en tren dejé como en un cuento infantil migajas de recuerdos en cada paso de aquella ciudad que visitamos, y al volvernos hechicé toda la estación. Finalmente volvimos a la casa y yo estaba algo exhausto de tanta magia.
Escondí en un semáforo un beso sorpresivo, y en una esquina de tu barrio todos los recuerdos de otra tarde juntos.
Creo que nunca notaste esta compulsión mía de guardar secretos en los más extraños lugares. Quizás hayas sospechado alguna vez, y yo tampoco te expliqué nunca como convertirte en mago, por lo que ahora todo se ha perdido, quizás vos también eras mago y nunca nos enteramos, y hayas hechizado cientos de cosas e incluso el mismo semáforo y hasta la estación de tren. No lo sé.

El día en que nos despedimos aprendí que no era bueno hechizar edificios. Por eso preferí no encantar la casa con un momento tan triste, y el llanto y el adiós y las miradas que no se quieren alejar quedaron dentro mío y con el tiempo se fueron desdibujando, como nuestro amor.
No pude volver a aquella estación porque el hechizo aun permanecía en el tren y en las vías y en todo aquel lugar; el semáforo aun revivía el beso con el que me sorprendiste y desde ese momento dejé de hechizar lugares, pues uno no puede guardar edificios en un cajón ni quitarlos de la vista sin cierta dificultad.

Pasaron los años y comencé a perfeccionar mi magia. Guardaba días enteros en un jarrón, recetas en una puerta y números de teléfono en las hojas de las plantas. Había aprendido los secretos de los recuerdos: No era bueno guardar dos recuerdos en un mismo objeto, ya que al momento de buscarlos uno podía no encontrar el que necesitaba sino el otro, y en vez de llegar a la casa del amigo nos encontrabamos en la puerta de un negocio de lámparas antiguas por haber errado la dirección.
Por otro lado, había elementos muy útiles para conjurar recuerdos: Guardé los cumpleaños de mis amigos en los dientes de un tenedor, y algunos aniversarios en los cuchillos. Todos los días antes de almorzar recuperaba los hechizos y si era una de las fechas los llamaba para saludarlos.
Así, conforme fui envejeciendo la casa fue llenándose de memorias. No podía dar un paso que de entre los muebles florecían los recuerdos. Aun siendo ordenado y meticuloso, el desorden histórico que se extendía sobre los objetos me abrumaba día tras día. Las patas de las sillas, mis pares de zapatos, las llaves y las copas, las corbatas y las ventanas, todo había sido hechizado. Ya en los últimos tiempos prefería comer afuera y dedicar la mayor parte del tiempo a pasear, ir al cine o visitar a los amigos; es decir, alejarme de la casa.
Comprendí que la situación se había desbordado el día que encontré guardados unos recuerdos en los tornillos de una radio de mano que solía llevar cuando iba a la plaza y que ya no funcionaba.
Aquel día junté cuidadosamente los recuerdos de aquel tiempo que pasamos juntos y los guardé en el disco que tanto te gustaba. Guardé el disco en un sobre y al sobre lo guardé en un cajón. Por último sellé el cajón con tu nombre, y al momento ya no supe quien era Alejandro ni porqué estaba frente allí.
Me abrí paso entre la maleza de anécdotas e imágenes que construían la casa de mi memoria y salí de la habitación. Había decidido irme. Compré unas valijas nuevas y algo de ropa a prueba de hechizos. Volví a la casa, Cerré las ventanas, ordené las habitaciones, y una vez que todo estuvo como al principio, tomé las valijas y salí. Hechicé la puerta de entrada con mi nombre y apellido, y por fin la casa se convirtió en mi mismo y yo me volví nada.

~*~

Pasaron años desde aquel día y lo único que supe luego de mi partida es que los niños del barrio habían descubierto los hechizos que reposaban en la casa, pero no entendí mucho de todos los rumores que llegaban con el viento; toda esa gente, todos esos lugares, me eran ajenos. No supe quien era Alejandro, ni cuales eran tales canciones. Solo había quedado la vaga imagen de una casa lejana, y la sensación de que quizás yo la había habitado.
Ahora vivo más tranquilo, pero por desgracia no perdí la costumbre de hechizar los recuerdos y la casa aun habita como un fantasma mis sentimientos.
No seré pues totalmente libre hasta no quitarme del alma la casa que una vez habité.
Por eso en estas últimas palabras guardaré a la casa junto al recuerdo de que alguna vez fui mago, y apenas mi voz se apague ya nunca más podré recuperarlas, y no habrá nada más de mí.

La vida es un cuento

La vida es un cuento. Es una gran historia llena de intrigas y pormenores, con personajes torcidos y bufones extraños. La vida es mágica, irreal y sensible; es una fábula llena de voces, en los árboles, en el cielo; en las aves y los animales. Todo canta y entonces es sinfonía, son nuestros cuerpos instrumentos, nuestras voces melodía, todo canta y vive, la vida es un cuento eterno.
Es mágica en el viento, todo vive y nos habla de si mismos, escribimos nuestros caminos con perfumes en papeles de aromas sobre brisas, es esta vida caligrafía, es pintura y es soneto.
No hay casualidad mas real que la causalidad que obra nuestros encuentros, es verdad y es mentira a la vez, todo está escrito, pero nada es. Es tiempo sin ritmo, con sus infartos y taquicardias; es un tiempo sin relojes, es de lunas y de soles y de inviernos y primaveras, de días, noches, de alegrías y penas.
Que nadie niegue que la vida es esto; no más que novela. Sin personajes principales, todos secundarios corriendo y dando vueltas. Cruzando puertas entre laberintos, sembrando flores entre las piedras. Es esto vida y no lo que algunos dicen, es oir mensajes en noches serenas; es guardar oceanos en caracoles vivos, cantar con los lirios, bailar con las estrellas.
Es esperar tu llegada en cualquier esquina
esperando en mil esquinas
por miedo a no encontrarte; es subir a los cielos y perderse, y caer como cae la tarde.
La vida es eso, es pura armonía con los rojos, los azules y los verdes, es sentir amarillos naranjas y blancos en el corazón mismo con el que uno viene.
Consiste simplemente en ver las cosas siempre vivas y siempre mágicas; pues todo habla y su voz se oye, como viento y aire, como mar y agua. Todo es mágico, nada es intrascendente, el amor, las vueltas, el azar,
el destino somnoliento que corre buscando un camino y las esquinas y las noches y el cielo y más,
La vida es un cuento. Somos héroes infantiles. Reyes de otros planetas, un poco malos pero un poco buenos; somos personajes secundarios, siempre prontos a olvidar libretos.
La vida es un cuento sin las primeras páginas, amarillo y con olor a viejo, pero siempre vivas sus hojas, siempre eterno su aliento.
Es magia y es vida.
Es fuego sereno.
No es vida creer
que la vida no es cuento.




(Esto lo escribí luego de leer un texto de Cortázar. La vida es realismo mágico.)